"Afronté mi depresión como si fuese la mayor cruzada de mi vida, cosa que era cierta, por otra parte." Elizabeth Gilbert.
No se ni por dónde empezar.
La depresión no es buena, eso lo se, pero no me queda de otra. Sigo estancada día tras día en ésta maldita soledad que me impongo yo misma. Podría estar en una habitación repleta de gente conocida y aún así me sentiría como una extraña, que no encaja en ninguna parte, que no está aquí, ni allá ni en ningún otro lado. Sola, indiferente, en la oscuridad tormentosa de mi mente. Que piensa, que sufre, que se encierra a sí misma para no darse cuenta de todo lo que la rodea, que es inconstante y frágil, que está en peligro de quebrantarse de un momento a otro, que se despierta alterada y se agota desde el primer momento del día, que no está dispuesta a dormir por el miedo a soñar.
Siento que caigo, que me hundo cada vez más con cada segundo que pasa, se me agotan las fuerzas de vivir a pesar de que mi vida apenas empieza y mi aliento es consumido por el cansancio, haciendo difícil respirar.
Podría pasar el resto de mi vida en una cama escuchando a Lana Del Rey hasta morir, pero tengo que salir, afrontar la realidad, salvarme a mi misma. Cada día es más complicado que el otro, no asimilo nada, no me importa nada, estoy dispuesta a tirar la toalla de una buena vez; quedarme llorando el día entero, reprobar todas las materias del colegio, saltarme año tras año, nunca graduarme, fracasar en mi vida y morirme de una sobredosis de ansiolíticos. Pero no, allí está esa voz en el interior de mi cabeza cada vez más débil que sigue repitiendo: no te rindas, levántate y supérate, sécate las lágrimas y vuelve a empezar, que si acaso te caes, nos volveremos a levantar.
No sé en que tener fe, en este punto.
Mi familia, a pesar de que siempre ha estado conmigo, me juzga y no me ofrece ningún consuelo. Aunque, si no fuese por ellos, estaría aún peor. Me sobrestiman, es cierto, creen que soy más fuerte de lo que en realidad soy, pero es eso lo que me obliga a dar lo mejor de mí misma cada día, a seguir adelante, a dar lo que sea necesario para alcanzar mis objetivos y así demostrarles que la idea que tienen de mí no es tan errónea como parece.
Mis amigos, están allí, pero aún así los siento distantes. Siento que me ofrecen su ayuda solo para que los dejé en paz luego. Al fin de cuentas, ellos también quieren que esto termine para que mi drama constante no les siga afectando más. Me dirigen de esas miradas que significan: ya basta, para callarme la boca. Se nota de lejos que están cansados de escuchar y yo tampoco los obligaré a hacerlo.
Dios. Él está allí. Y sé que el me escucha, que me ayuda a su manera, que me tiende su mano, pero no logro mantenerla sujeta. Su presencia no quita el dolor, solo da una certeza. Una seguridad que se puede esfumar en cualquier momento. Pero aún así, creo. Tengo que creer.
Y yo misma. No puedo tener fe en mi. No soy débil pero tampoco soy fuerte. Me puedo derrumbar en un dos por tres. Siempre ando complicando las cosas. No soy alguien digno de confianza, ni siquiera, una propia.
Así que no tengo a nadie.
Pero sé, que hay personas en peores condiciones que yo, que tengo que dejar de auto-compadecerme, que tengo que detener de una vez por todas este dolor.
Que tengo que dar gracias, por todo lo que aún me queda y por todo lo que se ha ido también.
Y se que puedo sobreponerme a esto, lo he hecho un millón de veces antes y lo haré ahora. He alcanzado cosas que antes parecían imposibles, porque no me he rendido, porque he luchado hasta el final. Y esta no será la excepción.
Seré frágil, débil, exagerada y dramática, pero sé mantenerme firme cuando es necesario y es algo de lo que estoy orgullosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué opinas?