Un viaje increíble por un lado que me dejó mucho en que pensar. Como todo, hubieron momentos buenos y malos. Experiencias nuevas y otras olvidadas hace tiempo. La añoranza, la melancolía y el cariño. Estaba segura de haber dejado todo aquello en el pasado, pero allí aparecen nuevamente. Y es que se siente tan bien. Que te tiemblen las rodillas, que te rías sin motivo, que hables estupideces, que respires con dificultad, que el corazón quisiese salirse por la garganta. Esa sensación de que con tan sólo una mirada quedas desecha... Pero hay cosas que simplemente llegan hasta ese punto y no pueden avanzar más. Que se estancan por uno u otro motivo. Quizás porque ese alguien sea parte de tu familia, porque nunca llegó ese momento preciso, por la distancia y la lejanía o por que no haya sido correspondido del todo. No se pudo y ahí queda. Es mejor el olvido. Aunque hay de esos momentos que siempre permanecen en la memoria. Como ese primer baile, al principio torpe que con la práctica de vuelve sencillo y ligero. Dos cuerpos, aproximándose muy lentamente hasta acostumbrase al calor del otro y al rápido palpitar de su pecho, moviéndose al compás de la música, cada vez más cerca hasta convertirse en uno sólo. Aquellas miradas acompañadas de sonrisas, la seriedad de uno y la timidez del otro y esa mano que recorre fugazmente de los hombros al final de la espalda, estremeciendo ambos cuerpos. La cercanía de los rostros que sin querer que encuentran, robándoles el aire y obligándolos a hablar despacio. La indecisión de un beso que termina por no darse. Tantas, demasiadas cosas.
Hasta ahora, un sentir pesado a causa de una enfermedad que me invade, los nervios de un amor que no termina por marcharse y recuerdos amargos que entristecen el día.
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