El sol estaba en sus ojos y no me importaba si me quedaría luego ciega de tanto mirarlos.
Caminábamos sobre la arena, moviendo los brazos rítmicamente hasta que su mano y la mía se rozaran por casualidad.
Sobre una piedra nos reclinamos esperando el atardecer, sin pájaros que cantaran pero con el sonido de su risa. Me pasó un cigarrillo y se ofreció para encenderlo; asentí con la cabeza.
Fue allí que, bajo el cielo más bonito que había visto en mi vida, me di cuenta de lo perdida que estaba estando a su lado y que en ese caso, ya no hacia falta encontrarme.

Qué bello párrafo... Acompañado con la imagen, refuerza el sentimiento de paz que me dio leerlo...
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