De la serie de los nómadas sentimentales.
¿Cómo pretenden,
amantes,
encasillar algo tan grande,
tan fuera de sus límites absurdos,
como el amor?
¿Aún esperan
que por entregarse a él,
éste deba por tanto,
corresponderles?
¿Tan desesperados están
por hallar júbilo fuera de sí mismos,
que ya,
no queda nada que los ocupe dentro?
Van de lugar en lugar
en busca de aquél que se ajuste
a sus ideales;
estos,
las utopías del alma,
los condenan a creer
en cosas que no existen,
en los amores idílicos
que suelen contar los poetas.
Y entre tantos lugares,
hay aquellos a los que se llega por equivocación,
aquellos de los que se parte de inmediato;
y otros en los que,
se vuelve corto,
el pensar quedarse siempre...
Irónico y masoquista
esperar
que estos lugares
no los corran en la próxima madrugada.
¿Por qué,
que nos motiva a seguir vagando,
a seguir cruzando los dedos
por encontrar Atlantis?
Todos somos nómadas
cuando los lugares se tratan de personas,
sin quedarnos y sin avanzar,
esperando hallar el hogar
que no sabemos que llevamos dentro.
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