Dos caudillos se disputan
entre tus muslos
y bajo el vello autócrata
de tu pubis
una montonera hambrienta
que te escarba desde adentro
provoca la sacudida
de tu mano dura.
Entonces, te has llenado
las uñas de sangre
y tu piel
te la arrancaste a tirones.
Desde el congreso en tus labios
se van derramando leyes
para cicatrizar la carne
¡inútil intento!
En tus entrañas
es otra la ley que manda
y parte de adentro una hemorragia
que te oscurece el semblante
y a chorros te empaña la cara.
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