sábado, 11 de marzo de 2023

amar la trama más que el desenlace

 11 de marzo del 2023

A veces me resulta raro haber llegado hasta acá. Muchas muchas veces deseé lo contrario. Aún así, hace aproximadamente dos años y medio, decidí darle una última oportunidad a la vida. Estoy agradecida de haberlo hecho, de haberme dejado a mi misma en manos de otros (que es un big deal para quienes como yo, se nos hace muy difícil pedir ayuda o delegar). Increíblemente, tuve que soltarme para poder traerme de vuelta. Evidentemente para poder recuperarse es necesario una pizquita de voluntad propia, pero el trabajo más pesado lo tuvieron los demás, que ponían la otra cuota de voluntad que yo ya no tenía. Si bien yo junté los pedazos rotos, necesité que los demás me sostuvieran la mano y me guiaran para que esta vez, la composición fuese distinta. El objetivo no era que las piezas encajaran unas con otras así como antes, sino crear algo nuevo y duradero a partir de lo que se había deshecho una y otra y otra vez en los últimos veintiún años de mi vida. 

Por todo esto, me resulta fantástico, casi imaginario, estar aquí escribiendo hoy. No quiero borrar mis posts anteriores ni quería abrirme un nuevo blog. Si bien, mi realidad ahora es muy distinta, la que escribe es la misma persona. 

Griselda, mi psicólogo de casi ya 6 años, me había venido diciendo desde años atrás que volviese a escribir. Pero escribir para mi no solo representaba una etapa muy dolorosa, sino que requiere una capacidad de introspección y contención emocional que no creía tener. El par de veces que lo hice en este último año, me quebraba casi inmediatamente, dejándome en un hueco que podía durar días. Sí, le agarré mucho miedo a escribir. Mucho más a escribir aquí, donde pasé años de mi vida sublimando como me sentía, donde hice parte de una comunidad mientras afuera mi red de apoyo era inexistente. Las personas y los momentos de los que hablo en este blog (para los que les de curiosidad leer los posts anteriores) vinieron y se fueron desde el dolor, desde la angustia y la perdida. Solía decir que cuando no estaba triste, no sabía sobre qué escribir, así que la mayoría de lo que está aquí viene de un lugar de mucho sufrimiento. Un sufrimiento muy particular, que se parecía a un pozo de agua estancada, con una predominante sensación de melancolía. Para darles más contexto, en mis peores momentos, solía terminar en la cama o en el piso, sin poder moverme, con el cuerpo doblado y los ojos cerrados, donde podía visualizar unas escaleras de caracol que solo bajaban y bajaban y bajaban sin fondo aparente. Me mareaba, me hacía doler el cuerpo y temblar, y si era una crisis aguda, podía pasar horas así hasta tener que salir corriendo al baño a vomitar. 

Escribir esto hace que se me revuelva el estómago del recuerdo, pero también me hace valorar mi momento presente. Es por eso que no borro los posts anteriores. Eso también se lo pueden agradecer a Griselda, que hace un par de meses hizo un ejercicio conmigo en donde me iba ubicando en distintos lugares del espacio de su consultorio, que representaban cada uno una época de mi vida, no para autocompadecerme, sino para aprender a mirar atrás con gratitud y valentía, para poder disfrutar este momento de "recolección" como ella lo llama. Fui en ese momento a su consultorio porque me habían dado un nuevo trabajo, el trabajo de mis sueños, y no podía creer que me estaba pasando eso a mí, ¿por qué a mí?

Aún estoy lidiando con el síndrome del impostor. Es uno de mis procesos actuales. Cuando la gente me pregunta que estudié me sigue dando vergüenza decir mi doble titulación, me da mucha más vergüenza decir que soy psicólogo, porque aunque los hechos y los papeles dicen que me gradué cum laude, que fui la primera de mis dos promociones, siento que no sé nada, siento que no fui yo quien hizo eso. A veces se me olvida todo lo que he hecho, todo lo que he tenido que sobrevenir, lo que he llevado sobre mis hombros, las heridas que he tenido que sanar, toda esa lucha sin más armas que mi propia piel. Por eso el ejercicio que Griselda y yo hacíamos, porque esta Mariana de estos posts, aunque no lo supiera, era la persona más valiente del mundo, una clase de valentía, resistencia y determinación que se me hace casi imposible concebir hoy en día. Hoy, ya he levantado tantos muros de protección y ya he establecido tanto mis límites, que salir a luchar como hacía ella, sin siquiera la mitad de los recursos que tengo ahora, me parece irreal. Pero no era una heroína, era una persona que recibía y recibía golpes porque creía que los merecía, porque creía que su misión en la vida era ser ese saco de boxeo, era ser el muro de contención de otros y hacer realidad los deseos de los demás, sin ningún tipo de contemplación en el daño que eso pudiese causar en sí misma, porque realmente "sí misma" no importaba.  

Pero a veces pasan días como ayer que escucho un podcast que me gusta mucho y está hablando una filósofa y no sólo entiendo lo que dice, sino que digo: hey, yo ya sé esto. ¿Recuerdas que estudiaste esto, Mariana? o que veo una persona con un cierto comportamiento y de una identifico rasgos y pongo nombres a las cosas que antes no sabía como distinguir. Pero más importante que todo, pasan días como estos últimos, en los que al igual que hace casi 8 años, pongo distancia física con mis mayores verdugos. Esta vez una distancia mucho más larga y no tan fácilmente accesible. Esta vez, no solo buscando escapar, sin nada más en mente, sino buscando vivir. 

Hay muchas diferencias en la Mariana que escapó hace 8 años de Maracay a Caracas, a la Mariana que está hoy sentada escribiendo esto desde Medellín mientras hoy mismo parte de su familia se reencuentra en Venezuela. Pero me parece que la más importante es el motivo. 

Esa valiente Mariana, sabía que debía irse, que el mundo no se suponía que fuese tan horrible, que la vida no tenía que ser solo sufrimiento y pensó que irse era lo que iba a resolver todos los problemas. El tema es que su único objetivo fue escapar; una vez que estuvo fuera, no supo que hacer con eso. Ella no sabía vivir fuera de ese mundo radioactivo, no conocía otra manera de sentir ni de vincularse, lo que terminó derivando en repetir los mismos patrones con los demás, haciendo que rápidamente esa sensación inicial de libertad, volviera a sentirse como una jaula que simplemente cambian de lugar. 

La Mariana del jueves pasado decidió irse sabiendo que necesitaba salir de esa jaula auto-forjada, pero con muchos más recursos, con otros objetivos en mente, con el reconocimiento de su propio potencial y con el deseo infinito de explotarlo. Gracias, Aristóteles con su ser en potencia, o Zubiri, mi favorito, con la noción del ser que se hace-a-sí-mismo. A ti te debo uno de mis tatuajes, champ. 

Pude haberme quedado. En Septiembre del año pasado no pasaba por mi mente irme, simplemente no podía, debía cuidar de mi hermano, debía esto, debía aquello... Hasta que: oye, tu vida no es una deuda que tienes que pagar. El único deber que tienes es contigo misma. Y ajá ok que lindo suena, porque no les miento que aún estoy en proceso de lidiar con la culpa de haberme ido, con el sentido de una responsabilidad que no me pertenece y nunca me perteneció. Pero, en la serenidad de este momento, sé que es la verdad. Y lo sé también porque mi intuición me lo dice. Decían ayer en el podcast que seguir la intuición era precisamente una forma más de ser auténtico y coherente consigo mismo. Muchos ignoramos nuestra intuición en favor del contexto, de los demás o de lo que "creemos" que queremos, tanto que nos perdemos y vamos a terapia a preguntarnos: ¿quién soy realmente? 

Lo hice mucho tiempo, esto de ignorar mi intuición, porque era una voz muy pequeñita y cuando intentaba hablar, al principio la apagaban otros, luego aprendí a apagarla yo. Es complicado esto del distinguir el yo del no-yo, ¿qué tanto de mi deseo no pertenece al deseo del Otro? ¿hasta qué punto soy capaz de mimetizarme con lo externo que anulo mi ser interior? Aquí les voy nuevamente con otro de mis favoritos: Heidegger, que hablaba de la existencia auténtica, en donde aprendíamos a poner distancia de aquello que no era yo de manera que pudiéramos realmente actualizar (poner en acto) todas nuestras potencias. Esta para él, es la única existencia que realmente cuenta, y a mi me parece lo mismo. Ahora le agregaría, que escuchar nuestra intuición es escuchar precisamente a todas esas potencialidades hablándonos y señalándonos el camino que les permite hacerse-a-sí-mismas. Luego se abre un debate sobre si las potencias son ya preestablecidas o son parte del azar... En mi experiencia, el destino (Dios, universo, naturaleza, como lo llames) te premia cuando vas por el camino correcto, tu lo sientes en el estómago, es como algo que te dice: por aquí es; y te empiezan a pasar cosas buenas, cosas que te dan paz. Pero entiendo que hay personas que apoyan la otra versión y esto ya es un trimestre completo de explicación 😂 

Así que volvamos a el tema de la intuición y escucharse. Les dejo otra pregunta: ¿cómo me puedo realmente escuchar si siempre estoy rodeado de otros? La Mariana de 8 años atrás había aprendido que estaba mal tener un espacio propio, que estaba mal tener reservas, que se debía siempre a los demás. Así que cuando huyó, no pudo estar sola. Le daba tanto miedo estar sola que hacía cosas que ponían en riesgo su vida solo por compañía. Estar sola era de repente escucharme a mi misma, y una vez que esa voz hablaba no podía parar, me atormentaba tanto que intenté que se callara de todas las maneras posibles, y cuando digo todas, sí, estamos ya hablando de la palabra prohibida, that-who-shall-not-be-named: suicidio. 

La Mariana de hace dos años y medio casi lo logra, y aquí es donde la culebra se muerde la cola: volvemos a empezar, al dejarme a mi misma en manos de otros, logré recuperarme. Fue como el ejercicio en actuación de dejarse caer, y pues tuve manos que me sostuvieron con fuerza y me ayudaron a ponerme de pie. Allí empezó mi viaje a empezar a escucharme a mi misma. Fue muy doloroso al principio, volvían a aparecer las mismas escaleras de caracol, el dolor en el estómago, los calambres en las manos, pero esta vez paradójicamente me sostuvieron las manos, me abrazaron y me contuvieron tanto que un día simplemente se fueron las ganas de vomitar o de acabar con todo. Es curioso, pero estuve en un espacio que estaba diseñado para que estuviera sola y me aprendiera a escuchar, pero al mismo tiempo, cuando se volvía muy insoportable, por fin tenía una red de apoyo cercana a la cual acudir. 

Paso por paso, aprendí a estar sola - no, aprendí a amar estar sola. A confiar en mi intuición y a seguir mis verdaderos deseos. Diría que lo aprendí a amar un poco too much, y ahora tengo una batería social más limitada. Ahora un poco el tema es hacerme salir de mi caparazón. Aprendí, y ayer lo dijeron en el podcasts con mis propias palabras, que la felicidad no es más que momentos, que lo que deberíamos aspirar es a tener es paz, del tipo que se mantiene dentro de ti aún cuando las cosas no van bien, aún en la agitación y los problemas. La misma paz que te hace saber que está bien llorar si te sientes triste pero también que eso va a pasar, y que te permite dormir tranquilo de noche porque sabes que al final, todas las cosas toman su curso cuando deben de hacerlo. Una paz, que hoy siento al escribir esto; porque al final del día, cuando me pongo mi pijama, me lavo la cara, me pongo mis cremitas y termino mi journaling (una práctica que estoy retomando), hay una voz interna fuerte que me dice: lo estás haciendo bien, por aquí es, un día a la vez y sobre todo: gracias por escucharme este día, gracias por escuchar-te.

Y sin planearlo tú, acaso, como quien sin quererlo va y lo hace, te vi cambiar tu paso, hasta ponerlo en fase; en la misma fase que mi propio paso. Ir y venir, seguir y guiar, dar y tener, entrar y salir de fase: amar la trama más que el desenlace. (Jorge Drexler, my dear boy) 

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