martes, 18 de octubre de 2016

inquilina

¿Qué eres, Soledad? 
¿Por qué tarareas aquella canción de cuna sobre manzanas y niños que lloran
por un amor que espera 
en una casa ajena
cuyas puertas no serán de nuevo abiertas a su inocencia?
¿Por qué vienes a hablar en siseos,
a picotearme la cabeza,
a arrimarte contra mi lado de la cama?
Veo en tus ojos brillantes
el regocijo de observar mis lágrimas,
al oír los gemidos de mis pasiones enclaustradas.
Te veo sentarte allí, en la cómoda 
con media sonrisa y me dices:
sécate las lágrimas, calma tu deseo
Y entonces me rompo,
porque lo sé ya,
porque viniste para instalarte, 
que tus maletas en la sala no son visiones mías.
Y cada noche dirás lo mismo
y yo me romperé un poquito más 
hasta que me veas allí,
hecha pedazos contra las sabanas
y por fin digas: 
recoge este desastre, niña
y salgas por la puerta,
con tu equipaje resonando por el pasillo,
sabes que el juego acabó.

Maniaca de la destrucción, Soledad,
que vienes para matar
y le pides al cadaver
que se entierre a sí mismo.

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